Hoy, 28 de junio de 2019, se cumplen cincuenta años de las revueltas en el bar Stonewall Inn de Nueva York, donde jóvenes maricas, bolleras, travestis y transexuales, putas y chaperos, racializadas y blancas, se alzaron contra la represión policial que asolaba a la comunidad LGTB+ en sus espacios de encuentro. En el origen, hubo lucha y hartazgo, una respuesta de indignación espontánea que acumulaba la injusticia del silencio, la marginalización y la persecución sistemática. El siguiente paso fue la organización, la mecha de la revolución sexual había llegado a la dinamita. Por todo el continente americano y europeo surgieron frentes y agrupaciones activistas que reivindicaron y lucharon contra legislaciones discriminatorias, criminalizaciones, y por la libertad a la autodeterminación sexual. Y es que esta lucha sólo puede entenderse desde el internacionalismo, una lucha que llama a las puertas de todo pueblo del mundo.
Los primeros pasos de las activistas de los años 70 en Castilla y el Estado español significaron la lucha contra todo un sistema politico y social franquistas, y la única vía posible fue la lucha desde abajo. ¿Quién quería escuchar lo que tenían que decir putos, bujarrones, travelos y tortilleras? La despenalización total de la homosexualidad (homosexual: término que aglutinaba toda la disidencia de sexo y género) no ocurrió sencillamente en 1978, con la eliminación del delito de forma colateral, sino que se hubo de luchar hasta 1995 para conseguir la derogación total de la ley franquista de Peligrosidad Social que crimirtalizaba nuestra existencia.
Los avances que han tenido lugar desde la era del blanco y negro, no pueden negarse que hayan sido muy significativos. Sin embargo, no se debe olvidar que la cuestión sexual y de género siempre estuvo en el último cajón de la agenda política. Fue la lucha desde las organizaciones y el movimiento social la que recuperó esta cuestión, por lo que tuvo lugar la primera manifestación castellana del Orgullo de 1978 en Madrid, en la que, gracias al trabajo del Frente de Liberación Homosexual de Castilla (FLHOC), se congregaron casi 10.000 personas. Mientras el SIDA, el silencio cómplice y el ostracismo social condenaban a miles de jóvenes LGTB+ en la tan querida democracia del régimen del 78, fueron las activistas de todo el territorio quienes tuvieron que hacerse cargo, con su ánimo y perseverancia. Seguíamos siendo ciudadanas de segunda, tercera, cuarta clase.
Por esto, hoy es un día de celebración, pero celebrar para recordar, honrar en la memoria de quienes nos precedieron, y continuar por el camino que queda por recorrer. Un orgullo urbanita, para quienes pueden gastar y quieren lucrarse de una reivindicación de las oprimidas, no tiene cabida en lo que significa esta lucha. Corporaciones y empresas, oportunistas y desleales, partidos políticos hipócritas y estados manchados de sangre, encuentran hoy la ocasión de blanquear su imagen con una bandera arcoíris, el “lavado rosa” (pinkwashing), y el capitalismo rosa. Convertirnos en una mercancía para el beneficio sólo nos llevará a confundir quién ejerce el poder, y quién es capaz de transformar la realidad social. Y pese a tener en el corazón castellano un espacio de relativa libertad, no debemos olvidar que las agresiones, los abusos, y la discriminación contra el colectivo LGTB+ continúan en los barrios periféricos de Madrid, en las olvidadas de siempre. Tampoco debemos olvidar jamás que este “búnker” de libertad se da gracias al abandono del medio rural y la provincia castellana. De las cinco comunidades autónomas que nos dividen, únicamente Madrid posee una ley LGTBI y Ley Trans, Castilla y León, Castilla-La Mancha, Cantabria y La Rioja son cuatro de las cinco únicas comunidades del Estado que ni siquiera reconocen nuestra existencia, y estamos hartas de ser proscritas. Este olvido y esta soledad, individual y colectiva, nos condenan al desarraigo, a sentirse ajeno a tu tierra, a tu pueblo, a tu ciudad, a sólo poder tener esperanza en emigrar para no volver, huir para sobrevivir y poder ser una misma, o negarse a uno mismo para acabar en una vida miserable. La injusticia del silencio es la sentencia a muerte de nuestras jóvenes LGTB+ del medio rural y provincial, y el camino directo a la despoblación. De aquellos barros, estos lodos, queridas.
Por todo ello, hoy reivindicamos un Orgullo LGTB+ inclusivo, feminista, anticapitalista, antirracista y de clase, que no se cierre en las fronteras de la Villa de Madrid, que no sea una frívola fiesta para las urbanitas ricas y para mayor gloria de las empresas, que no vea mermado su potencial transformador, y sea capaz, por fin, de llegar a toda nuestra tierra para emancipar a todo castellano y castellana de la opresión del régimen cisheterosexual. En recuerdo de quienes quedaron en el camino por el silencio, la soledad, y la indiferencia de quienes vieron y toleraron nuestra condena, así como de todas las que salieron y salen todos los días a la calle como son, porque nuestro existir, es en sí mismo, revolucionario.