“España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.”
Dice el primer artículo de la Constitución del 78. En tan solo un año, hemos visto como todas las cláusulas de este artículo, que en principio debe ser significativo en tanto se articula el Estado Español, se han incumplido una por una. Los presos políticos que se encuentran en nuestras cárceles anulan la libertad; la justicia diseñada por y para una oligarquía financiera anula la justicia real, la estructura patriarcal tras las leyes de violencia de género anulan la cuestión de la igualdad; y la ley d’hont anula la pruralidad política efectiva.
Recordamos que no se realizaron elecciones de carácter estrictamente democrático de cara a aprobar esta Carta Magna, la cual fue redactada por unos “Padres de la constitución” que el discurso hegemónico burgués nos ofrece como “héroes de la democracia”.
No nos engañen. La Constitución fue ideada por unas Cortes sin mandato constituyente, elegidos por una ciudadanía, en un alarde más de esperanza que de cualquier tipo de garantía a la hora de representar sus intereses, y que después, con el tiempo hemos verificado. La Constitución española fue sometida a Referéndum, sí, pero insistimos en analizar profundamente el contexto en el que se produjo. Hablando claro, la Constitución se ofreció como una trampa muy bien maquillada. Sobre la mesa había dos opciones: o la aprobación de la Constitución, o el caos.
Repetimos: no nos engañan. El único propósito mayor sobre el que se redactó la constitución fue el Principio de Continuidad: asegurar la continuidad del marco territorial español, cuestión que el franquismo se encargó de tener atado y bien atado. No está de más recordar las palabras que el general Francisco Franco le dijo al rey emérito Juan Carlos “Majestad, lo único que le pido es que preserve la unidad de España”. Con estas palabras, Franco no solo estaba dejando muy claro lo que significa la monarquía española, sino también lo que significa la Constitución del 78: una cárcel de pueblos que solo busca la supervivencia de un Estado oligárquico que se arrastra siguiendo el horizonte de la dictadura franquista.
Un asunto tan desarticulado dentro de la Constitución como el derecho de las nacionalidades, nos sirve de ejemplo. Lo hemos visto en Cataluña: cuando los valores realmente democráticos aparecen para exigir el derecho de un pueblo sobre su futuro, la palabra “Constitución” o “artículo 155” aparece en los telediarios. Aparece en las calles, en forma de violencia policial. Ejemplo como este nos muestra el carácter instrumental de la Constitución, que las oligarquías españolas utilizan cuando quieren en pos de sus beneficios. Jamás escucharemos hablar de la constitución cuando se violen derechos fundamentales, tales como el derecho a una educación de calidad, oa una vivienda digna.
La juventud revolucionaria apostó por una ruptura radical con el Régimen del 78, y con todas sus herramientas que garantizaran su supervivencia, sobre todo con la Constitución del 78, en pos de un cambio real, factible y tangible para la emancipación de todos los trabajadores y trabajadores, apostando a su vez por la soberanía de nuestra tierra, enmarcada en una república castellana de las clases populares. Acabemos de derrumbar este entramado antidemocrático que no se sostiene por sí solo, sin surgir a conceptos tan vacíos como “legalidad”, y que vemos a cada vez más, impregnan el ideario popular. Legalidad y democracia no tienen por qué ir de la mano ni generar una conexión, y aquí tenemos el ejemplo. La legalidad entendida democráticamente, sirve para asegurar unas garantías populares dentro de un marco estatal. Pero de nada sirve hablar de legalidad si estas garantías no se cumplen, y por tanto, rompen radicalmente con lo que entendemos por democracia. Acabemos de quemar esta serie de herramientas que garanticen valores antidemocráticos, para dar paso a constituirnos a nosotros y nosotras mismos como pueblo, como clase.
¡Es la hora de los pueblos!