No nos cansaremos año tras año de reivindicar y lanzar un comunicado contra la explotación de las mujeres en todas sus formas, desde la explotación laboral y el aumento de la pobreza especialmente en el caso de las mujeres jóvenes, la brecha salarial (el porcentaje adicional que cobran los hombres respecto a las mujeres), los techos de cristal (las barreras invisibles que encuentran las mujeres durante su carrera laboral), los numerosos casos de acoso sexual en los puestos de trabajo, sumado a las cantidades de trabajo no pagado y no reconocido como es el caso del “trabajo de cuidados”.
Con “trabajo de cuidados” nos referimos a una cuestión que no es baladí, sino que ordena toda la vida social, pues hablamos de ese trabajo que recae frecuentemente en la mujer en relación con el cuidado de otras personas, así como a todo el trabajo no reconocido que se vuelca en lo doméstico- familiar, lo cual permite que otras tareas productivas sean llevadas a cabo. Esto último muchas veces tiene que ver con el llamado suelo pegajoso, referido a las dificultades que se encuentra la mujer para abandonar la esfera privada y acceder a la vida pública, siendo esto un problema para acceder al mercado laboral. En este punto cabe destacar la existencia de cadenas globales de cuidado, pues no son pocas las veces en las que la mujer blanca de clase media alta contrata a las mujeres racializadas para que estas asuman los cuidados y el trabajo doméstico, terminando la supuesta liberación de esas mujeres en la dominación de otras.
Por otra parte, seguimos denunciando la explotación sexual que supone la prostitución y la pornografía, además del aberrante mercado de los vientres de alquiler. Señalamos como responsables de toda esta situación, no a las mujeres explotadas, sino a aquellos que esclavizan y a los que consumen dicha explotación, en el caso de la prostitución: proxenetas y puteros.
Debemos también mencionar a todas las mujeres de clase obrera que tienen que trabajar en empleos precarios para poder seguir estudiando y asumir los desorbitados costes que estos conllevan, así como para hacer frente a los alquileres cada vez más elevados, y, en definitiva, para cubrir las necesidades sociales más básicas. Tampoco nos olvidamos de las mujeres que viven en el medio rural y que son clave en el desarrollo sostenible de nuestros pueblos. Su lucha contra la masculinización de la actividad agraria y la desigualdad de acceso en igualdad de condiciones a un empleo, a la propiedad de las tierras o a puestos de tomas de decisiones, dibuja un paisaje en el que la vida de nuestros pueblos se vuelve cada día más fuerte.
Parece innegable por todo lo antes mencionado, que la mujer trabajadora y especialmente la mujer proletaria, se encuentra en una situación desigual respecto al hombre. Pero no queremos quedarnos en un simple señalamiento, queremos construir una respuesta organizada contra todas las estructuras que sostienen la dominación de la mujer. Por ello, hacemos un llamamiento a salir a la calle, hoy 8 de marzo y seguir luchando el resto del año, por un feminismo de dase y combativo, para señalar las diferentes realidades que nos encontramos en nuestros barrios.
Ni capitalismo, ni patriarcado.
Contra la explotación de las mujeres ¡feminismo de clase!