Compañeros, compañeras: nos encontramos en un escenario que condensa profundos significados entre el pasado, el presente y el futuro. Un lugar de historia, de memoria y de esperanza. Aquí, hace cinco siglos, en un día lluvioso como el de hoy, la perspectiva de una Castilla pionera en derechos sociales, políticos y económicos quedó aplastada entre la pólvora mojada, el acero y el fango. Se ha dicho que en Villalar Castilla perdió sus libertades, afirmación que es rigurosamente cierta. Castilla vio cómo se evaporaba su soberanía, sus instituciones, la posibilidad de desarrollar y satisfacer sus intereses populares y nacionales, convirtiéndose en una pieza de primer orden en el proyecto del primer Imperio protocapitalista global de Carlos V.
Este es un escenario que tiende un puente entre dos universos, reuniendo a la comunidad de vivos y muertos, sin un sentido religioso o místico, pero sí con una cierta carga épica, útil y necesaria para la construcción de cualquier movimiento popular. Estos campos de cultivo, aparentemente similares a los que cubren miles de hectáreas en nuestra tierra, constituyen un verdadero patrimonio para la humanidad, para quienes luchan por la justicia social y la opresión en cualquier tiempo y lugar.
Hemos marchado hasta este lugar en recuerdo no solo de las grandes figuras comuneras de Padilla, Bravo y Maldonado, sino en homenaje a los soldados anónimos que conformaron ese Ejército Popular para defender los intereses del pueblo. También para recordar a María de Pacheco, Leona de Castilla, mujer culta y obstinada, indiscutible lideresa política y militar de la resistencia comunera de Toledo hasta 1522. O a Juan Martín Díez, El Empecinado, genio de la guerra de guerrillas contra el invasor napoleónico, Capitán General de los Ejércitos Castellanos en la Guerra de Independencia, liberal que luchó contra el absolutismo francés y español, impulsor de la exhumación de los restos de los capitanes comuneros. Con 300 años de diferencia, María de Pacheco y el Empecinado tuvieron que exiliarse en Portugal por mantenerse fieles a sus principios. Nunca fueron perdonados, ni por el Austria Carlos V ni por el Borbón Fernando VII. María murió en el exilio, a El Empecinado lo ejecutaron los oficiales monárquicos al regresar a Castilla. Como internacionalistas, no olvidamos nuestra amistad con el vecino pueblo de Portugal, que también conmemora su dignidad en estos días de abril.
Este es un homenaje que hacemos extensivo a los comuneros de toda época, porque desde hace 500 años nunca dejó de haberlos: a los revolucionarios americanos, a los liberales de las sociedades secretas de principios del siglo XIX, a los republicanos, progresistas, socialistas, libertarios y comunistas que encontraron en Villalar inspiración para servir a las causas del pueblo; al Batallón Comunero que combatió en la guerra antifascista; a quienes recuperaron esta conmemoración para el pueblo castellano hace ya 45 años. Un homenaje, por tanto, a los diferentes ejércitos comuneros, a sus capitanas, como Doris Benegas, y a sus soldados, como el compañero Chato.
Generación tras generación, hay quienes deciden situarse al servicio del pueblo y de la causa de los humildes, de los desposeídos, de los explotados, de los trabajadores. Somos herederos de esa tradición. No esperamos a que nos llamen o a que nos inviten a participar; sentimos el deber de dar un paso al frente. Es común el grito de que “solo el pueblo salva al pueblo”. Hay que trascender ese lema, bello pero errado, para entender en toda su dimensión que solo un pueblo que es capaz de organizarse de forma eficaz podrá ser capaz de resistir y construir, de salvarse. Pobres de aquellos que quieran buscar salidas individuales a los grandes problemas colectivos y estructurales de nuestros tiempos.
La que vivimos y la que se dibuja en el horizonte no es una época agradable ni fácil para las mujeres, para los jóvenes, para las y los trabajadores, pero es la que nos ha tocado vivir. La precariedad, la carestía, las agresiones privatizadoras del capitalismo podrido, la destrucción de nuestro medio natural, la despoblación de Castilla, el avance del pensamiento irracional, la violencia sexual, la drogodependencia, la erosión de la salud física y mental y la guerra a gran escala impuesta por el imperialismo llaman a nuestra puerta. Es imprescindible que mejoremos enormemente y en un plazo limitado de tiempo todas nuestras habilidades y capacidades como militantes, que nos profesionalicemos, como lo hacemos en otros ámbitos de la vida: con un mayor estudio y conocimiento científico de la realidad, pues solo así se puede operar en la práctica sobre ella; con disciplina, diligencia y responsabilidad; con energía, creatividad e ingenio; con compañerismo, lealtad y autocrítica. La situación en Castilla, en el Estado español y en el plano internacional nos exige que, como decía el Che Guevara, nos endurezcamos, sin perder jamás la ternura.
En el movimiento popular castellano no somos telepredicadores ni vendedores de humo. No tenemos ni prometemos soluciones mágicas. No pretendemos pisar moquetas, nos sentimos más cómodos en el barro. Solo podemos ofrecer sacrificio y esfuerzo. No aspiramos a la comodidad ni a la tranquilidad; nos forjamos en la combatividad, en la confrontación y en el espíritu de trabajo. La vida, orientada a los demás, a veces puede parecer ingrata, pero es sin duda la mejor vida posible. Que nadie espere encontrar aquí réditos particulares, la única ambición que tenemos es la de mejorar las condiciones de vida material y cultural de nuestra clase social, de nuestra gente.
Compañeras, compañeros. Si finalmente nos conducen a una guerra a gran escala en la que sean los trabajadores y trabajadoras de los distintos pueblos quienes se maten y paguen las consecuencias, que se encuentren al movimiento comunero lo más preparado, disciplinado y compacto posible para organizar la única guerra que es justa: la lucha de clases.
Vosotros/as sois las representantes del movimiento comunero de este turbulento siglo XXI: honrad ese privilegio, estad a la altura y haceos dignos merecedores de este homenaje.
Por María de Pacheco, por el Empecinado, por los comuneros de toda época.
¡Viva la Castilla comunera, republicana, feminista y socialista!