Durante la jornada de huelga y movilización feminista del día de ayer —espectacular en todos los sentidos— millones de mujeres salimos a la calle a reivindicar nuestro imprescindible papel en la historia, desbordando cualquier previsión y haciendo evidente la existencia de una nueva ola feminista imparable. Decimos nueva ola porque tanto la huelga laboral, educativa, de cuidados y consumo, como las manifestaciones posteriores se han convertido ya en un punto de inflexión sin precedentes. Como no puede ser de otra manera, la relevancia de los acontecimientos nos plantea algunas cuestiones.
En primer lugar, no podemos sino agradecer a todas las compañeras del movimiento feminista el trabajo realizado, a todas las mujeres que escucharon la llamada y se movilizaron e hicieron frente al sistema, a las que salieron a la calle y se emocionaron al ver gritando juntas a distintas generaciones de mujeres… A todas, gracias. Por supuesto, lo acontecido ayer nos obliga, además, a recordar a todas las que ya no están. Mujeres, niñas y niños que han perdido la vida a manos de los hijos sanos del patriarcado —ni mucho menos locos, ni mucho menos psicópatas—. Por otro lado, con lo sucedido este 8 de marzo, es necesario echar la vista atrás para analizar con cierta perspectiva lo que parece ser un proceso transformador imparable.
Asumiendo que para construir el futuro debemos ser conscientes de nuestro pasado, no se borrarán de nuestras retinas aquellas manifestaciones por el 8M donde apenas unas pocas millas de personas saldríamos a la calle. Movilizaciones que son efectivamente incomparables desde el punto de vista cuantitativo, pero que en lo cualitativo avanzan contundentes hacia la construcción de un movimiento feminista tan fuerte como el que vimos a lo largo del día de ayer. En este sentido, no podemos dejar de mencionar en líneas estas el legado de nuestra compañera Doris Benegas, quien tanto luchó y aportó al feminismo en nuestro pueblo hasta sus últimos días. Sin esa generación de mujeres valientes que, siendo mínimas, salían a la calle y hacían del espacio público su espacio de lucha,
En tercer lugar, se abre una cuestión fundamental que puede suscitar diferentes opiniones pero cuyo planteamiento nos hacemos muchas compañeras: ¿y ahora qué? Somos conscientes de que ayer hicimos historia. Sin embargo, también somos especialmente conscientes del arduo camino que queda por recorrer, de que no será fácil.
Es precisamente aquí donde reside el quid de la cuestión.
Como es evidente, cada pueblo articulará su lucha de acuerdo a sus necesidades y en función de unas características históricas determinadas. En nuestro caso, entendemos que la lucha feminista tiene el deber de desvelar la connivencia del patriarcado —como sistema de opresión y explotación
de las mujeres— y el sistema capitalista, representado por el régimen 78. Por poner algunos ejemplos, este régimen el que nos explota como mujeres, el que legitima la desigualdad, el que en las escuelas favorece la segregación y el mantenimiento del statu quo masculino , el que penaliza el aborto, el que permite la trata de mujeres y la prostitución, cuyo sistema judicial deja en libertad a violadores de forma sistemática, el que produce nuevas manadas diariamente…
En definitiva, si realmente pretendemos llevar a cabo una transformación y social efectiva, no podemos sacar de la ecuación al régimen del 78. Creyendo en el feminismo como una forma de lucha progresista y anticapitalista, debemos derrocar también al régimen del 78 ya toda la mafia que lo hacen fuerte.
La lucha es feminista. Por una primavera feminista, republicana y comunera.