No queremos emigrar. Luchamos por un futuro digno para el medio rural.

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El medio rural castellano se vio seriamente afectado por el éxodo hacia zonas urbanas producido en la segunda mitad del siglo XX, especialmente en la década de los años 60. Este éxodo se debió, por un lado, al desarrollo del capitalismo industrial en el Estado español y, por otro lado, a la transformación de los medios de producción agrarios, lo que provocó una mayor concentración y mercantilización de las tierras de cultivo privando a muchas familias rurales de su medio de vida y subsistencia. Ambos factores crearon las condiciones para que una gran masa de mano de obra campesina –aproximadamente 3.100.000 personas– emigrase del campo a la ciudad en el conjunto del Estado. Los destinos por excelencia fueron Madrid –que aumentó su población de 2.325.659 a 3.724.947 entre 1960 y 1970–, Barcelona y Euskal Herria.

Sin embargo, el desarrollo industrial fue muy desigual en el Estado español, lo que supuso grandes desequilibrios territoriales cuyas consecuencias seguimos sufriendo a día de hoy. 

Por otra parte, tampoco se puede entender el fenómeno de despoblación rural sin entender la creación y desarrollo del Estado español tal y como lo conocemos. El proyecto nacional español constituido por el bloque dominante español y su modelo de estado centralista desarrollado en el siglo XIX, reafirmó a Madrid como el principal lugar de acumulación capitalista del Estado y al resto del territorio –especialmente al limítrofe con la “metrópoli”– como meras colonias de interior.

Cuando hablamos de colonia de interior nos basamos en el papel que tienen estos territorios: zonas sin ningún tipo de capacidad de decisión y de las que se extraen todo tipo de recursos. Los recursos humanos que se necesitaban con la creciente industrialización salieron en su mayoría de estos territorios, hoy despoblados. 

La explotación y el expolio de las zonas rurales no terminó ahí, sino que más bien ese fue su inicio. Al ser zonas con poca densidad de población, en su mayoría envejecida y, por lo tanto, con poca capacidad para defenderse, se han visto sometidas a los intereses y caprichos del capital. 

Recordamos la sombra amenazante de la fractura hidráulica, los cementerios nucleares, los vertederos de residuos tóxicos, los famosos pantanos que durante el franquismo arrasaron pueblos enteros o en la actualidad la implantación de macrogranjas y mega-parques eólicos y fotovoltaicos. 

Todo ello, lejos de las dulces promesas que los interesados aseguran que traerán consigo estos proyectos, conlleva en realidad un peligroso impacto tanto a nivel social como medioambiental. 

En  cuanto a la juventud, sólo el 15% de la población total de municipios rurales medianos y pequeños son jóvenes de entre 15 y 29 años. Los y las jóvenes migran a las ciudades buscando una mayor oferta educativa, mejores servicios y empleos mejor remunerados, pues la devaluación del sector primario, eje central de la economía en estas zonas, nos deja unas cifras del 35% de la población rural en riesgo de pobreza. 

Además, el éxodo rural continúa siendo mayoritariamente femenino, lo que provoca la masculinización de las edades laboralmente activas. Menos de 1 de cada 4 puestos de trabajo del sector primario está ocupado por mujeres. Esto empuja a las mujeres rurales al sector servicios (residencias de ancianos, asistencia domiciliaria, servicios sanitarios, etc.) sin olvidar el trabajo doméstico no remunerado al que son relegadas en muchos casos. 

Ante la falta de oportunidades laborales las mujeres se ven empujadas a emigrar. Como consecuencia, en el año 2019 el porcentaje de mujeres rurales con respecto al total del estado suponía un 12% siendo, además, de una elevada edad, lo que muestra esta falta de oportunidades para las mujeres más jóvenes.

A la desigualdad económica se suma la violencia machista, El 34,21% de las mujeres asesinadas en 2022 vivían en pueblos de menos de 15.000 habitantes.

Otra problemática del medio rural son los servicios públicos. Tras los recortes aplicados a los presupuestos de educación en 2012, multitud de centros educativos de pequeños municipios fueron cerrando sus puertas. De igual forma, el cierre de centros sanitarios, sumado a que el 60% de los médicos de las zonas rurales tiene más de 50 años y no hay relevo para ellos, contribuye a que el proceso de la despoblación siga su curso,  sin expectativas de cambio hasta el momento.

Por otro lado, nos encontramos con la generalización de la ganadería y agricultura intensivas, que amenazan seriamente la sostenibilidad del campo y ni siquiera aportan puestos de trabajo para los habitantes de los municipios donde se ubican, sino que han desplazado a aquellos agricultores y ganaderos que llevan toda la vida trabajando en estas zonas, por no hablar de los efectos nocivos para la salud que implican estas actividades. En la época de cambio climático que estamos viviendo, se hace imprescindible apostar por modelos agrícolas y ganaderos respetuosos con el medio ambiente que ayuden a revertir la desertificación. Pero sobre todo, es necesario poner en valor el sector primario y garantizar que quienes trabajan en este tipo de actividades puedan tener una vida digna, como uno de los principales métodos contra la despoblación.

Los pueblos de Castilla pierden a sus gentes, mientras grandes empresas los llenan de macro granjas y macro renovables, destruyendo su paisaje y biodiversidad. Todos estos proyectos no buscan nada más que estafar y especular a costa de agravar la crisis ambiental y social. 

El medio rural castellano es en gran medida guardián del folklore y cultura castellana. Sumado a ello tenemos la tradición de la comunidad que se muestra en cosas tan simples como las tierras comunales o  la solidaridad entre las vecinas. Un claro ejemplo de ello lo vivimos con la pandemia del COVID-19. Mientras en las ciudades fue necesaria la creación de redes de apoyo vecinales, en los municipios de menor tamaño el planteamiento de dichas plataformas era innecesario pues las redes de apoyo han existido siempre. 

Conservar y defender nuestro medio rural castellano y su esencia es fundamental en la construcción de nuestro futuro como pueblo y como clase.

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